martes, 2 de junio de 2009

Los síndromes de Ratzinger y Bush.

El Síndrome de Ratzinger

Se me ocurrió este nombre para describir lo que sucede cuando una persona ocupa un puesto cuya figura anterior hizo un papel extraordinario, el ejemplo más palpable es del actual sumo pontífice de la Iglesia Católica, S.S. Benedicto XVI (Joseph Alois Ratzinger) ¿Es posible evitar la comparación con Juan Pablo II? No pretendo ni hacer tal comparación ni justificarla, sino poner sobre la mesa lo difícil que es tratar de evitar el comparar a una gran figura con otra nueva que ocupa su puesto ¿Alguien puede evitar comparar a Camila con Lady D? No sólo eso, además de compararla muchos puede tener hasta antipatía por quién llega a un puesto después de una persona brillante.

En el trabajo seguro encontramos muchos ejemplos del Síndrome de Ratzinger, no importa los atributos de la nueva persona, no importan su logros, no importan sus aciertos, siempre serán menores que el anterior. Para quien lo escribe es mucho más fácil que para quien lo padece, ya me imagino a Camila haciendo su mayor esfuerzo ya no digamos para agradarle a la gente, sino para no tener tantas antipatías. Este síndrome no sólo lo vemos en las instituciones, también en las familias. Pobre del hijo de un gran médico o un gran abogado si se dedica al mismo oficio de su padre, siempre será comparado y casi siempre en desventaja.

En esencia, el síndrome de Ratzinger es el efecto negativo que deja a su sucesor la gran imagen de un líder, mandatario, jefe, familiar, etc., que evita, al menos por un tiempo, que quien ocupa el nuevo puesto, brille por su luz propia o propicia que sus errores se vean magnificados.

El síndrome de Bush

Al contrario del anterior, cuando el personaje antecesor ha hecho un mal papel, quien lo sucede tiene todo por delante para brillar. Los políticos, por ejemplo, están vacunados contra el síndrome de Ratzinger, casi nunca hay una gran figura antes de ellos, así que hagan lo que hagan siempre tienen la oportunidad de hacerlo mejor que el anterior. Ellos frecuentemente tienen el síndrome de Bush, que es aquel en el que quien llega a un nuevo puesto, simplemente, sólo puede hacerlo mejor, aún si no hace nada. ¿Necesita Barak Obama hacer mucho para hacerlo mejor que su antecesor? La verdad es que no, que con el simple hecho de no hacer nada ya sería un gran avance. En este caso sucede lo contrario que en el Síndrome de Ratzinger, quien llega ve exaltados sus aciertos y minimizados sus errores.

Difícilmente podemos encontrar casos más paradigmáticos que el de Ratzinger y Bush para nombrar las situaciones anteriormente descritas. Los adultos contemporáneos no hemos visto a un líder más carismático que S.S. Juan Pablo II ni a un peor gobernante que a JW Bush, ellos ejemplifican lo que a diario sucede en nuestras casas, trabajos y cualquier organización social y creo que por ello merecen que lleven sus nombres los síndromes de Ratzinger y Bush.

1 comentario:

  1. Muy interesante tu planteamiento y estoy completamente de acuerdo contigo. Aunque las folosofías ñoñas y los consejos fingidos dicen que las comparaciones son malas, sólo comparando sabemos dónde estamos parados y nos ayudan a tomar decisiones. Un abrazo mi querido Gus.

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